sábado, junio 03, 2006

Martín Sosa Cameron VIEJO Y ENFERMO IBA YO EN MI TRINEO

Martín Sosa Cameron

A Federico Favalo

VIEJO Y ENFERMO IBA YO EN MI TRINEO




Viejo y enfermo iba yo en mi trineo, atravesando la blanca y blanda nieve del verano; marchaba hacia el gran hospital que está en pleno centro de la ciudad, esa urbe plantada en el medio del campo; el calor era insoportable y el frío me hacía castañetear los dientes; ¿está usted enfermo? No. ¿Se siente mal? No lo sé. ¿Le duele la cabeza? No, pero tengo una jaqueca insoportable. Era de noche, y el sol todo lo iluminaba al paso de mi trineo tirado por ágiles tortugas gigantes, las más aptas para esta tarea. Yo iba solo, único, como siempre, y me acompañaban dos amigas, una morena y la otra pelirroja, preocupadas por mi asunto. ¿Te sientes mejor? Algo, sí, algo mejor. Deberíamos haber ido en avión: es más rápido y esto puede ser urgente. Sí, pero no vale la pena usar un avión para recorrer sólo cinco kilómetros. Bueno, está bien, fue una simple sugerencia. El hospital está en esa inmensa avenida, la que es tan angosta. Es muy grande el hospital, tan grande es que quizás por eso no lo han construido: todo era un sitio baldío, lleno de desperdicios y yuyales y médicos y enfermeras y pacientes a la espera de la inauguración, que demoraría, por el tamaño de la obra proyectada, unos veinte o veinticinco años. ¡Pero yo no puedo esperar tanto: soy un viejo! ¡Pero hombre, tenga paciencia!, ¿acaso no existe la eternidad, la nada, la nada nodriza y madre de todo? ¡Pero esto es una barbaridad, mediquito!, ¡atiéndame ahora mismo! Deberá subir por el ascensor, pero tenga cuidado: el edificio sólo tiene diez pisos y el ascensor fue calculado para veinte: hace pocas horas unos enfermos apretaron mal los botones y fueron a dar a la estratosfera. ¡Qué problema!: ahora necesitaremos un nuevo ascensor, ¡debe esperar, ser paciente! ¡Soy, sí, soy paciente, su paciente, un paciente, eso quiero ser, atiéndanme ya mismo, soy un paciente impaciente! ¡Qué hermosa morenita, qué bonita la colorada! ¿Son sus asistentes? Son mis amigas, mis dulces compañeras, masculinas como un súcubo. ¿Tiene fiebre? No, lo normal en mí: cuarenta y tres grados centígrados, ¿y usted? Yo estoy bien, gracias, ¿y usted? ¡Yo no estoy bien, ni vengo al hospital a pasear, atiéndanme! ¿Es que acaso no le estamos prestando atención, conversando?; ¿cómo vamos a saber lo que tiene, lo que le pasa, si no dialogamos? ¡Medicucho ignorante, váyase al diablo! ¡Cariñito, cariñito mío, tranquilízate, acá te pondrás mejor! ¡Cállate, morena tonta!, ¿qué sabes de medicina? Caramba, qué lejos está el hospital, ¿lo habrán construido ya? Hace unos días los albañiles le comenzaban los cimientos, justo encima de la azotea; tal vez ya hayan terminado el edificio: es colosal, y esto lo sé porque nunca lo supe. El trineo se bambolea suavemente, como una balsita en medio de un maremoto, un maremoto en pleno bosque. La nieve es agua, tanta nieve es mucho agua, esto es un lago: en vez de trineo debí salir en mi barco: llegaríamos más ligero. Mis compañeras, la morena, la pelirroja y la rubiecita, todas jóvenes y llenas de senilidad y casta promiscuidad, se besuquean y manosean entre ellas, indiferentes a mi estado. De pronto, un accidente: a una de las tortugas se le cae el cascarón, hay que parar y arreglarla. ¡Llevémosla al hospital veterinario! ¡No, tonta, a un taller mecánico! ¡Tú, tú eres el único hombre aquí: arréglala tú, que entiendes de estas cosas! ¡No soy biólogo! ¡Estás enfermo, quédate y no te muevas, que hace calor y el frío te hará peor!, ¿no ves que es noche cerrada y si no fuera por el sol casi no veríamos nada? Pongan a la tortuga en el trineo. ¿Pero es que no te das cuenta que no cabemos todos aquí? A este paso no llegaremos nunca. ¿Y si cierra el hospital? Me imagino que tiene sus horarios: es una cosa seria, organizada, y no es cuestión de ir ahí a cualquier hora; después, haremos la cola de las emergencias: nos atenderán más rápido: una urgencia sólo lleva tres o cuatro horas, los empleados son amables. ¿Y la tortuga, qué hacemos con la tortuga? ¡No seas histérica, todas las rubias son histéricas! ¡Pobrecita, pobrecita la tortuga! La pelirroja toma entre sus frágiles brazos a la gigantesca tortuga, le acomoda el caparazón y, armado ya el animal, lo mece en su regazo. ¡Ahora iremos más lento! No importa: llegaremos lo mismo. ¡Pero es que lo mío es urgente!, ¿es que no se dan cuenta? Si tienes apuro, vejestorio, trasto molesto, pues vete corriendo: llegarás temprano, antes que cierre el hospital. Sí, pero si llego temprano aún no lo habrán construido, ¿y quién me atenderá? Nosotras, nosotras te atenderemos, como lo hacemos siempre, vejete amado, vejador preferido, vejamen proferido, ¡te amamos, te deseamos! ¡No me toqueteen, tontas, estoy enfermo! Los moribundos nos excitan. ¡No estoy agonizando, imbéciles, simplemente me estoy muriendo, igual que ustedes, igual que todos! Sí, pero ahora tú más rápido que los otros y que nosotras: estás enfermo, estás grave, estás serio, esto no es broma: estás enfermo, y los viejos muy viejos no se enferman porque sí, no, no: se enferman para quedar secos, duritos y distraídos. ¡Cállense y bajen a tirar del trineo! ¡Pero no, estamos descalzas y casi desnudas, querido sátiro, y con el calor que hace nuestros delicados piececitos de danzarinas se congelarán con la nieve! ¡Justo, justo ahora se pone a nevar, en pleno invierno veraniego, en plena noche a las diez de la mañana! Es preferible la nieve a la lluvia. ¡Allí hay un caballo, en el camino sin trazar, ese burro nos hará más veloces! No es más que una cebra, y las cebras son lentas por culpa de sus rayas, de nada nos servirá. ¡Pobrecita la cebra, pobrecita, se congelará con este calor! ¡Otra vez tú, rubia ponzoñosa!, ¡acaba ya con tus animales! ¡Ya acabé, ya acabé gracias a esta morenita, viejito de harén, viejito de arena! ¡Rubia histérica, ninfómana, lesbiana, safista, tribadista! El trineo seguía avanzando para atrás sobre la playa, pero yo, viejo impaciente, enfermo, no veía la hora de llegar al hospital. Atravesamos grandes calles vacías llenas de gente, con rascacielos de dos pisos y jirafas danzando en la copa del único árbol. ¡Qué lejos está la ciudad, qué lejos el hospital! Basta, basta ya de besuquearse, de besuquearme, ¿no ven que estoy enfermo? Es para curarte, viejito adolescente impuro. ¡Sin médicos no me curaré! Necesito remedios, medicamentos, necesito químicos, necesito bioquímicos, farmacéuticos, un laboratorio, necesito ciencia, necesito investigadores, necesito gente estudiosa de la física, la química, la farmacopea, necesito arquitectos para que hagan el hospital, necesito que construyan la ciudad para que en ella inauguren el hospital, ¿se dan cuenta de lo complicada y delicada que es mi situación cuando me enfermo? ¡Necesito enfermeras, fábricas de inyecciones, producción de sueros y de bolsas de plástico para guardar todas esas cosas, y cajitas de cartón para envolver los medicamentos, y una imprenta para que pongan los textos que correspondan a cada cartón correspondiente a cada remedio que corresponda al tratamiento correspondiente! ¡Estoy en un lío! No, no, si ya se sabe que enfermarse no es una ganga, pero, ¡dejen de manosearme! ¿No ven que estoy grave? Agudo, te estás poniendo agudo con la edad, vejete esdrújulo, insaciable y priápico, delicioso muñequito, viejito morboso, amante sin fatiga. ¡Necesito trenes, aviones, transatlánticos para que se consigan los remedios, para que se fabriquen los medicamentos! ¡Necesito ingenieros, gente que trace rieles, que diseñe aviones, que pilotee toda clase de máquinas, operarios de fábricas, empleados administrativos que agilicen y hagan más lentos los trámites burocráticos para el manejo de tantas, tantas cosas! ¡Calma, calma, viejito, te estás excitando: te subirá la fiebre y te bajará la temperatura, estás delirando con lucidez! ¡Cállense, tontas!, ¿qué saben ustedes? ¿Qué saben de cómo funciona el mundo? ¿No se dan cuenta de todo lo que necesito? Me hacen falta estaciones de trenes, diseñadores de vagones, empleados de ferrocarril, aeropuertos, alguien que los diseñe, los calcule, los use, alguien que fabrique aviones, combustible para que puedan funcionar, también gente de mar, pilotos de tormenta, agua para que se sostengan los barcos, ¿no lo ven, no ven cuánto necesito? ¡Ah, que necesito el planeta, el planeta entero para poder curarme! Necesitaremos, también, un puente, un ingeniero que lo diseñe, obreros que lo construyan, técnicos que los dirijan, dos orillas para que lo sostengan, no olviden que deberemos atravesar ese caudaloso río seco. ¡No está seco, simplemente está lleno de agua deshidratada! ¿No lo ven, no lo ven?: también necesito hidrógeno y oxígeno, ¡todo, de todo necesito para curarme! Te pondrás bien, te pondrás bien, eres viejo, muy viejo, pero joven, fuerte y resistente como la paja en el ojo ajeno. ¿Qué saben ustedes, tontas, que sólo menean sus tristes trastes, trastos tan deliciosos? Ah, vean, chicas, vean: se está poniendo cariñoso el anciano atractivo. ¡No me besen, no me toquen, estoy enfermo, necesito salud, necesito el mundo, el planeta, las leyes del universo para curarme! Eres insoportable, vejete mocoso, caprichoso, detestable. El trineo se estremece a causa de nuestros movimientos y mi agitación, todo es vertiginoso como el vuelo de un tiburón: me duelen las manos, me pesan los pies, siento placer entre las piernas, ¡placer yo, a mi edad, entre las piernas! Es la fiebre alta: me ha bajado la temperatura. Aquí estamos, en el medio de la selva, es de noche, es de día en este desierto tan frío, y nieva sin cesar bajo el sol del verano invernal; yo, el muchacho dormitando y las ágiles tortugas que tiran del trineo destartalado; detrás nuestro, de nuestra caravana, como un tren con dos locomotoras, unos rinocerontes nos dan constante envión, pero sus cuernos lastiman nuestras espaldas y los asientos del trineo; a este paso llegaré tarde al hospital para que atiendan al niño enfermo de tanta salud: es inquietante la salud, como la felicidad, siempre llena de asechanzas, chanzas y otras cosas. De pronto, las tortugas, quizás para distraerse, comienzan a fornicar, igual los rinocerontes, yo con el mozalbete no quiero, y el trineo, nuevamente, se detiene. Despierto al muchacho, que agoniza y no quiere ayudarme; tiernamente, con un puntapié, lo arrojo del trineo y lo obligo a que colabore conmigo para destrabar a los frenéticos animales del trópico boreal. ¡Abuelo, no doy más! ¡No te quedes ahí quieto, sin hacer nada, mocoso inútil: ayúdame con estos pecadores! Como lidiando con salvajes, destrabo a las bestias: todos son inconvenientes: maldigo a mi caprichosa memoria que me hizo olvidar de atar el trineo al dragón que tenemos en mi cabaña, en mi casa que está dentro de la cueva, bien a la intemperie. ¿Por qué no traje al dragón? El adolescente, lleno de fuerzas, siempre sano, me auxilia como puede; yo, viejo, trato de poner orden entre los animales, pero se han roto las cuerdas que los ataban al trineo y se desbandan para hacer sus amoríos con libertad, lejos de nosotros, del trineo, la enfermedad y el hospital. Empiezo a tirar del trineo yo, el efebo se sienta en él para descansar, ¡de algún modo debo llegar lo más rápido posible para que me atiendan, para que me curen! Estoy solo, ¿qué hago? ¿Abandono el trineo? Si llego al hospital, es posible que regresen y atiendan a la niña, embarazada: algo le hice, no recuerdo qué, pero está encinta. ¡Y yo que lo creí un chico! Son los errores de la vista y del tacto, del acto y la lujuria de un viejo. No, no puedo dejar el trineo, y me harta este silencio, pero estoy solo y no tengo con quién hablar. Ah, cuándo, cuándo llegaré al hospital. ¿Habrán puesto en el mundo todo lo que necesito del mundo para curarme? ¿Por qué, justo ahora, tan sano como estaba, este súbito malestar?

Patrice Pluyette DÉCIDÉMENT RIEN

Patrice Pluyette



DÉCIDÉMENT RIEN




(Traducción de Marcela Benavides)












Ouï-vivre (Oír vivir o Rumores de la vida)



Bajo el tejado
que a la noche alumbra
me dispongo a leer
Erguido en el centro exacto de las dunas

Un libro sobre el ombligo

En mi mecedora siento las llamas de la chimenea
subiendo hasta mí, y me adormezco
Cada tanto tus pasos
vienen a ahogar el ruido de la lluvia que tamborilea

Yo estoy bien



A vie (Vivir)




1
El día

Escribir... leer... luego, disfrutar respirando el viento...

No conozco nada más hermoso

Con los pelos revueltos,
volver a escribir... leer... y amarte cada vez más...

No, no veo nada más hermoso...

2
La noche

Soñar que escribo... leo... que respiro el viento...
La noche reposa en tus brazos



Les arbres meurent debout (Los árboles mueren de pie)

Me exalto, río y lloro
la frente sembrada de oxidados barrotes donde se enroscan mis dedos
en este desierto donde veo a mi felicidad torcida por los obstáculos
en donde todo contacto se desviste de su dura cobertura para hacerme sentir
el olor de sus sudores
que goteando provienen desde el fondo de las cosas.

Una rama de encantos ha cavado grietas en mi alma
y ondulante penetro, me zambullo, y bravío emerjo como un corcho
atravesando mares hasta el suelo firme.

Belleza, tú me vences, tú y tu eternidad.
Pues tu perennidad te vuelve más poderosa y más pura de lo que ya eres.

Una perla de agua transparente rueda sobre un mantel de flores
entre los humosos bosques de una aurora de octubre que me embriaga y debilita.
Me arrojo y me arrodillo. La cabeza me da vueltas.
Atrás o adelante, todo a mi alrededor se confunde en los reflejos del tiempo
en donde las perlas de agua se multiplican sin cesar, quebradas, enturbiadas, todas distintas.
Yo me ennegrecería si pudiera.
Simpleza de un pétalo algo blanco que se inclina, puro, hacia el tronco.

Astilla del mundo
capricho de la pequeñez
de una mano
de un pan
emanación vigorosa
murmullo de rocío sobre las puntas, trozos de la tierra del sol
Carcasona, que suena.

Sonrisas, miradas, sentimientos y palabras, músicas naturales y tambores de guerra. Quiero ver al sol
tan tímido que deba tintinear. Hacer sentir lo invisible a nuestros ojos hastiados.

La vida es una imposición sin preguntas
en donde no hay curiosidad,
sólo descubrimientos.

Y vibro lleno de felicidad pensando que puedo alcanzar la plenitud aún sin tocarla,
que un día la alcanzaré aún sin la obligación de hablar,
pues la boca es sucia: la saliva y la baba la deshonran.

Apenas soy tierra un poco seca que no espera otra cosa que un riego suave
de agua para crecer, inflarse y florecer, dar frutos:
hacer que se disperse el pensamiento.
Vivir mucho para ver todo de varias formas, poner los pies en el cielo
y la cabeza en la tierra.
Enganchar nuestros cuerpos no exige más que un esfuerzo para desligarse e hincharse,
que se alegre desde sus huesos la flor secreta, escondida en los huecos de nuestra espalda.
Los vestigios, las ilusiones de la inocencia y los sueños de edades doradas
me sostienen:

Me vestí y rehice la cama. Desde la ventana entreabierta percibo en la gris claridad de la mañana las colinas que surgen desde nubes de vapor, allá, lejos, inaccesibles; en otra parte, se diría. Ha llovido anoche. Los olores de la madera mojada, suavemente podrida por el exceso de humedad, se mezclan con los efluvios que suelta un mantillo chispeante. Veo y comprendo al álamo temblón que en el jardín palpita en la brisa. No hay males desde ayer, no se hace nada, puede ser que todavía estuviera algo dormido; queda levantado sin hablar, está levantado sin moverse (alguna vez morirá, es seguro); el día se levanta, ya pasó la noche. Nos decimos que un álamo temblón en el viento, así, entiende las voces que provienen de lejos y lo provocan. Yo no entiendo de voces. Ni eso del silencio. Las voces del silencio nos hablan de danza. Ha llovido anoche, todavía llovizna un poco, ligeramente: alcanza. Los segundos y el tiempo vuelan en pedazos en esta liviandad reconfortante, en donde el presente se cosecha lentamente, con dedicación.

Es afortunado que mi solidez no me abandone jamás
vivir con este entramado
que arrastro lentamente y que no acaba nunca
y que, caído a menudo, me impide avanzar
ir más adelante dentro de mi propio atascamiento.

Soñar es la segunda vida, latente:
ella me invade
mientras no aguardo más que una señal para dejar de ser
para interrumpir la marcha
enterrar los segundos
aprobar las ondas
el tiempo que pasa es sólo una ilusión para dar vida a aquello que
contemplo, limpiando y hablando el lenguaje de los sentidos, enjugando
su esencia en el filtro de mi alma.
Elijo nadar un instante con los delfines.

Delante de esta rama
ante este viento
bajo este rayo dorado que me tuerce
la banalidad de una nube indiferente
la insipidez de una casa gris que me besa y me pregunta dónde voy.
Todo respira, hasta una piedra.
Hacer hablar a las piedras.
"Haz cantar a las piedras" gritan delante de la multitud.

Millares de manos dejan de respirar. El silencio las abate. Hay olor de esperanza, como si fuera fácil la pronta exaltación para todo lo evanescente del mundo, como si sólo fuera aprender a pasear entre esas bellezas del diablo, y que todos se soltaran de sus barrotes para empuñar las ramas encantadas que serán útiles bastones para todos nosotros, viajeros de lo sublime.



Passeur de gens (Atravesado por la gente)



Paso mis horas
en la sombra del más íntimo rincón,
bajo la humedad de bancos plateados,
contra el suelo pegajoso de los pasos multitudinarios de la gente.
Estas gentes... Ocupo mi tiempo buscando aquello que los atrae y apura...
Este repicar, este llamado por mí, que tan veloz me saca de los pasadizos de mi envoltura,
que me ha hecho empujar y aplastar sin ruido en el hueco de la trampa
que una mano ha abierto con sus puños para cubrirme con su sudor ardiente,
y me estruja... Y me atraviesa... Y me sacude en lo oscuro. Para perderme entre
los pasos de la multitud que escasa
se apura y moviliza.

Estoy entre un gran desfile de gente,
y escucho la música dulce
que planea en las corrientes de aire,
que ellos antes buscaron,
mas ellos ya no están:
que a lo alto los ha elevado,
hasta que vuelva
el llamado que atrae
nuevas gentes,
clamor sordo de voces, resaca de zapatos barnizados que se activan sin sonrisa,
el cuero redondo, cansado el tranco.

La sombra de un rincón..., la humedad bajo los bancos plateados...:
acecho sus partidas y retornos, sus llegadas;
todos los días, cada vez más, me acerco a esas huellas
que trepan hasta la cumbre de su mundo.

Me han doblegado en rana y brinco,
entre los imprecisos vacíos,
pequeños saltos hacia la luz de mi vida:
saber qué les hace apurar, conocer el sentido de esos llamados estridentes
que los agobian y paralizan y animan y hacer vivir;
desaparecer, a veces, y regresar, también,
a menudo para volver a irse,
también otras veces. Alegres, desafortunados, resignados.
El llamado es su deber.
Deber a llenar, como esa limpieza de las basuras con las que me ligo.
Esta basura es mi muerte, como el llamado es para esas gentes.
Pero de mi muerte no volveré, seguramente, mientras que ellos volverán, siempre,
y ya no quiero más de saber aquello que los hace y los empuja a regresar
tan tristes hasta la vida del llamado que suena y hacia el cual ellos corren,
esas gentes...,
para vivir o morir y después desaparecer para regresar y partir, sin fin.

Pequeño rectángulo perdido de cartón amarillo, que no se pudrirá, por no haber entendido la vida que llevan



Fantasme (Ilusión)



En un instante creí sentir
una sacudida sísmica,
una corriente telúrica,
ínfima,
desgarrar el aire inflado
de partículas epilépticas
que hacen subir hasta mi lecho
un clamor sordo
como un estruendo creciente que se aproxima

Aislado en mi estudio,
en el último piso de una torre,
me apresto a contemplar,
temblando,
la última obra de un hombre
antes de volver a reunirse conmigo

Pues de aquí hasta el fin de esta noche
bajo el yugo del anquilosamiento
la ciudad entera, comprimida,
es un fragmento grandioso
que termina por implotar



Avis de tempête (Aviso de tempestad)

Tranquilo apoyé mi bicicleta contra un cartel de la calle de la Piedra Larga.
Solo, atravesé el viento hasta llegar delante de las olas
que se debaten más abajo contra el muelle.

El mar está embriagado y deja en el aire las huellas de su saliva
bajo un cielo cargado.
Algunas personas se aproximan, inquietas como láminas impetuosas,
que, disuadidas por el viento, retroceden.
Yo llevo las botas verdes, un lustre amarillento y un gorro: no me ven.
Más allá de donde estoy apostado, distingo claramente las venillas blancas
que se forman en estrellas dentro de la lengüeta de las olas; ellas se estiran,
se deforman, se uniforman en una espléndida faja espumosa antes de dejarse atrapar
de un bocado por una mano gigante que se cierra de golpe.
No entiendo más mi respiración, solamente los chillidos de la orilla.

Pasé mi lengua por mis labios: arde mucho la sal.
Pensé en la comida que se hace, tan cálida, en la noche, sobre una mesa
de madera seca, la piel colorada, pigmentos de sangre, sangre palpitante,
la sopa con gruyêre fresco, como a ti te gusta.

Yo pienso en ti
en nosotros
--en una pena que viene de la infancia

En nuestro amor que permanece, pese a todo

Me he dicho: esta vez vuelvo a entrar.
Mis piernas tiemblan de frío.
Una última vez miré el fluir del oleaje, su surgimiento, su efervescencia, su estallido... en la palidez de este día en Bretaña.
Hay una barca, solitaria, amarrada al puerto, sacudida por todas partes. Oigo las voces que vienen de lejos, los gritos de niños a los que su primera tempestad pone, probablemente, en conflicto.
Las gotas de lluvia lanzan sus dardos. Me subo la capucha por encima del bonete; hice un nudo apretado para me proteja con seguridad.
Mis piernas temblaron todo el día.

Al ascender, sonreí.
Una imagen flotante pasa bajo mis ojos.
Cálido, ideal, yo guardo el sabor:
Tú, yo,
con cuanto nos rodea.
Los pequeños tú, los pequeños yo,
Sobre todo esos pequeños tú.

Llevada por el viento, sin un aleteo, una gaviota atraviesa el cielo