Sara Cameron
CHARLES BAUDELAIRE
“No
hay sino la Belleza; y ella no tiene más que una expresión perfecta, la Poesía”
Stéphane Mallarmé
Rene Guénon ha afirmado que “El
verdadero fundamento del simbolismo es la correspondencia que liga entre sí
todos los elementos de la realidad”, y Baudelaire escribe en su soneto
Correspondencias
Naturaleza es templo donde vivos pilares
Dejan salir a veces tal cual palabra
oscura;
Entre bosques de símbolos va el hombre a
la ventura;
Que lo contemplan con miradas
familiares.
Como ecos prolongados desde lejos
fundidos;
En una tenebrosa y profunda unidad,
Vasta como la noche y cual la claridad,
Se responden perfumes, colores y
sonidos.
Así hay perfumes como carnes de
infantes,
Verdes como praderas, dulces como el
óboe,
Y hay otros corrompidos, y ricos y
triunfantes,
De una expansión de cosas infinitas
henchidos,
Como el almizcle, el ámbar, el incienso,
el áloe,
Que cantan el transporte del alma y los
sentidos.
Esta percepción, reiterada en su obra,
de la unidad del mundo a través de sus múltiples manifestaciones, entendidas
como símbolos expresivos, ¿hacen de Baudelaire un poeta simbolista? Se ha
afirmado que el poema “Correspondencias” es “el acta de fundación del
simbolismo”. También que en Las flores
del mal está el núcleo del simbolismo. Contrariamente, Gaétan Picon en Histoire des Littératures al afirmar que
ni Verlaine ni Mallarmé son poetas de la escuela simbolista, aclara que, sin
embargo, están más próximos a ella que Baudelaire. No obstante recuerda que
Moréas, en el manifiesto de ese movimiento, que él redacta (Le Figaro, 1 septiembre 1866) saluda a
Baudelaire como uno de los maestros. Diferencias de apreciación éstas, que
señalan la ambigüedad en la determinación de qué sea el simbolismo, y explica el
juicio de Gaétan Picon: “Quizás no hay entre los poetas que al fin del siglo
han tomado el nombre de simbolistas, más que afinidades vagas”.
Aceptando que Baudelaire es el precursor
del movimiento simbolista, su obra aún suscita interrogantes; así, el poema
“Correspondencias”, ¿expresa el ámbito total de su visión?
Si se considera íntegramente su obra
poética, hay que concluir en relación a ese poema, que su obra lo desborda. En
ella Baudelaire ha expresado, más allá de las “correspondencias”, la incierta
empresa humana, la tensión del “horror de la vida” y “el éxtasis de la vida”,
amor, angustia, belleza.
¿Qué dirás esta noche, pobre alma
solitaria,
Qué dirás corazón, otro tiempo abatido,
A la muy bella, a la muy buena, a la muy
cara,
Bajo cuyo mirar de nuevo has florecido?
...
Ángel de gozo lleno, ¿sabes lo que es la
angustia,
La vergüenza, el remordimiento, los
dolores,
De esas horribles noches cuyos vagos
terrores
El corazón oprimen como una seda mustia?
Ángel de gozo lleno, ¿sabes lo que es la
angustia?
...
¿Qué importa si del cielo vengas o del
infierno,
Belleza,
monstruo enorme, espantador, ingenuo,
Si tu mirar, tu sonrisa, tu pie me abren
la puerta
De un infinito que amo y nunca he
conocido?
Todo ese temor, angustia, belleza, está
contenido en Las flores del mal, obra
que Baudelaire ha señalado además (en una carta a Ancelle) como un “libro
atroz”, en el que ha puesto su ternura, su religión y su odio.
¿Ha logrado en él que la lengua hable
“del alma para el alma”, ha alcanzado “el despertar de lo desconocido”? Es lo
que Rimbaud espera del poeta. Y Rimbaud exaltadamente ha nombrado a Baudelaire
el “primer vidente”, “rey de los poetas”, “verdadero Dios”.
Por vidente Rimbaud entendía el poeta
que “busca en su alma”, “la cultiva”, “la prueba” y a través del “desorden de
su espíritu”, “del desarreglo de todos los sentidos”, “a través del amor”; del
sufrimiento, de la locura se conoce a sí mismo. Este es el “vidente”, “el
supremo sabio”, “el que ha alcanzado lo desconocido: la visión de las cosas
inauditas”. También para Baudelaire que anhela llegar a lo desconocido (“Al
fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo”), el poeta es “vidente”. En su
estudio crítico sobre Victor Hugo, cuando atribuye a éste la “curiosidad de un
Edipo obsesionado por innumerables esfinges”, quizás está expresando su
concepto paradigmático del poeta, pues ha caracterizado a Victor Hugo como el
mejor dotado para expresar —traducir, descifrar— por medio de la poesía, el
misterio que envuelve al hombre.
Pero para Baudelaire, traducir,
descifrar, no significa precisa aprehensión de la verdad: el traductor, el
descifrador se mueve en el ámbito de lo posible, que es para Baudelaire el
legítimo ámbito del poeta.
Swedenborg y Lavater le han enseñado que
todo, forma, movimiento, color, número, también el rostro humano en su
“contorno”, “su dimensión”, tienen un sentido. “Somos” pues “llevados a
concluir que todo es jeroglífico”, afirma.
Para este poeta, los aspectos de la
vida, del mundo, de la naturaleza, son simultáneamente presencia y misterio. Es
el problema suscitado por la realidad al poder limitado de la intuición y del
lenguaje humanos. Así el pensamiento poético, incitado a la interrogación y a
la vez rechazado, se resuelve en conjetura. “Me aferro” dice Baudelaire “a la
palabra conjetura que sirve mejor para definir el carácter extracientífico de
la poesía”.
Pues la poesía ha de expresar la
“enigmática fisonomía del misterio” no es ciencia. El fin de la ciencia es
llegar a la verdad, y “la verdad nada tiene que hacer con las canciones”.
Tampoco es la pasión, que es la violenta
“embriaguez del corazón”. Es en el arrebato “, en el “entusiasmo del alma” por
la belleza que se manifiesta el principio de la poesía, que no es otro que la
aspiración hacia una belleza superior.
Baudelaire se ha referido a esa
aspiración de múltiples formas, “instinto de lo Bello”, “gusto de lo Bello”,
“pasión”, “percepción”, “amor exclusivo de lo Bello”.
Por el instinto de lo Bello, el hombre
considera la tierra como una “correspondencia del cielo, ámbito del esplendor
de una Belleza suprema. Es la “conjetura” de la correspondencia con esa Belleza
trascendente —inalcanzable en la tierra— el trasfondo de la poesía como
aspiración de la vida del hombre, afectado por la melancolía de lo perfecto
(“horror y éxtasis de la vida”).
La imaginación percibe la
correspondencia entre las cosas, sus relaciones íntimas y secretas. Entonces la
palabra usada rectamente, adquiere un poder evocador:
el sonido sugiere el color, los colores una melodía, el sonido y el color,
ideas. El perfume provoca el pensamiento y el recuerdo. Por esa relación de
analogía recíproca, el universo, que se presenta al hombre a través de
múltiples “imágenes” y “signos”, manifiesta su “indivisible” unidad.
La relación curiosidad-misterio, que se
determina entre el hombre y el mundo, acontece en el espacio de lo posible.
Dirigida a un mundo “eternamente estudiado” y acaso jamás conocido, la
interrogación humana es la indagación del alma que “a veces adivina”.
Baudelaire afirma que en este escenario,
soñar es función propia del poeta, asumiendo el alma interrogante de la
humanidad, un alma colectiva.
Pero hay que recordar sus palabras a
Ancelle —ya citadas— por las que declara a Las
flores del mal un libro en el que ha puesto su subjetividad. Habla en él el
individuo enamorado,
“Te adoro como adoro la bóveda nocturna
Oh vaso de tristeza, oh grande taciturna
y tanto más te amo, cuanto más me
huyes”.
El individuo que conoce el tedio, “el
delicado monstruo” y también la paz acogedora de los crepúsculos:
“Reclamabas la tarde, y desciende, hela
aquí,
una atmósfera oscura envuelve la ciudad,
Trayendo a unos la paz, a otros el
cuidado”.
El que evoca “la dulzura del fuego” en
los atardeceres:
“Madre de los recuerdos, querida de queridas
¡Tú mis deleites todos! Tú todos mis
deberes
Tú te recordarás la belleza de las
caricias,
La dulzura del fuego y el encanto de las
tardes
¡Madre de los recuerdos, amante de los
amantes!
Ha vivido también conscientemente, por
reflexión y sentimiento, la dualidad que habita en todo hombre.
Por otra parte, ha señalado vivamente la
calidad de su mundo: la modernidad, esa modulación que manifiesta la “misteriosa”,
lo “poético” de una época. Y que por llevar ese sello, es a la vez
“transitorio”. Belleza circunstancial que manifiesta la multiplicidad de la
vida humana “actual”, su originalidad y su gracia.
Esa originalidad es para Baudelaire
“halago a la verdad”: nace de la sujeción a la impresión. Por eso hay una
relación entre la particularidad de la belleza y las pasiones humanas (porque
tenemos nuestras pasiones particulares, tenemos también nuestra belleza, “todos
los siglos y todos los pueblos han tenido su belleza”, “nosotros tenemos
inevitablemente la nuestra”).
Belleza moderna, nueva, que nos afecta
por su cualidad de presente, en cuya novedad opera su “hechizo” a través del
color, del paisaje y de los rostros.
Lo importante es que para Baudelaire en
el trasfondo de este hechizo, actúa la vida, plena de “luz” y “poesía”,
expresándose en la duplicidad de la época y de la moda. Manifestación de lo
particular a través de detalles, “como en el retrato”, el pliegue del vestido,
el peinado, la sonrisa: la mitad fugitiva del arte. Su “otra” mitad, lo
inmutable, la belleza misteriosa que encierra.
No existe para Baudelaire “la belleza
absoluta”, sino “diversas” bellezas que llevan en sí cada una, todas; “algo” de
transitorio, particular, y algo de absoluto y eterno. Eternidad afectada de
“metamorfosis”, presencia de lo eterno a través de lo efímero; juego de la
oposición “evocatoria”, como el anhelo de los “esplendores” del más allá
afectando al hombre, habitante en la tierra de lo “imperfecto”.
Amante de la vida, ha hablado de la
“belleza de las capitales”, de “la gracia de todos los elementos de la vida”,
de lo maravilloso que nos envuelve como una atmósfera, de los motivos
“poéticos” que abundan en la vida parisina. Pero a la vez, ha tenido en la
infancia y a lo largo de su existencia la experiencia de soledad según
distintas afecciones: presentimiento de un “destino eternamente solitario”,
“idea fija” de una “interminable serie” de años, sin familia, sin amigos,
“siempre años de soledad” (carta a la madre, septiembre 1856), conciencia de
vivir “en medio” de una espantosa soledad (carta a la madre, marzo 1853).
“Espantosa” y sin embargo en carta a su
madre del 5 de marzo de 1866 en que le habla de un artículo a él referido,
aparecido en tres números de la revista El
Arte, entre el 16 de noviembre y el 25 de diciembre de 1865, declara: “nada
me gusta tanto como estar solo”. Y lo reitera cuando responde a una invitación
que en 1866 se le hace para reunirse con un grupo de jóvenes admiradores: “¡Qué
de locuras! ¡Qué de inexactitudes...! Nada me gusta tanto como estar solo”.
Para entonces había sido ya reconocido
por Mallarmé. Éste había dedicado un trabajo a Gautier, Baudelaire y Bainville,
en el que, al comienzo, en un juicio que les es común, alude a ellos como “los
maestros inaccesibles cuya belleza me desespera”.
Pero el poeta es para Baudelaire una “paradoja”,
un “ser fabuloso” y “extraño”, de cuyas obras el público sólo toma en
consideración aquellas que se corresponden con sus pasiones.
La calidad de la poesía pura no es
accesible al común de la gente, a la “turba”. “La aristocracia nos aísla”.
Baudelaire eligiendo la soledad, rinde
reconocimiento a “esa aristocracia que crea la soledad en torno de ella”.
Del libro de la autora, Ensayos literarios, Lerner Editora S. R. L., Córdoba, Argentina, 2014