NIKOLAI
GUMILEV
(1886-1921)
Nació
en la fortaleza de Kronstadt, en la familia de un médico naval. Estudió en la
Universidad de San Petersburgo y en la Sorbona. En 1910 se casó con Anna
Ajmátova. Tuvieron un hijo.
Viajó mucho por Europa, Egipto y Abisinia.
Al principio de la primera guerra mundial partió como voluntario al frente,
donde, por su coraje, recibió una condecoración.
Fue ejecutado en Leningrado en 1921 por
conspirar contra el gobierno de los soviets.
Pocas horas antes de la ejecución, escribió
a su mujer: “no te inquietes. Me siento bien, leo a Homero y compongo versos”.
Un poco más tarde esperó, sonriendo, el disparo de los fusiles.
Fue fundador del “Acmeísmo”, movimiento
poético que tuvo sus raíces en el simbolismo.
Su poesía desarrolla la idea del “hombre
valeroso”, que lucha por su derecho de vivir y morir de acuerdo con sus
principios.
SONETO
Como un conquistador en coraza de hierro
salí al camino y voy alegremente.
Descanso en el jardín dichoso,
o me inclino hacia quebradas y
abismos.
Por el cielo turbio y sin estrellas
a veces crece la niebla; pero
río y aguardo
y tengo fe en mi estrella,
como siempre,
yo, conquistador en coraza de
hierro.
Y si en este mundo no está en nuestra mano
desoldar el último eslabón,
que llegue la muerte; estoy
llamándola...
Lucharé con ella hasta el final
y tal vez mis dedos moribundos
aun puedan lograr un lirio
azul...
(“El camino de los conquistadores”, 1905)
LA CITA
Hoy tú vendrás hacia mí.
Hoy por fin comprenderé
por qué es tan triste y
extraña
la soledad con la luna.
Pálida te detendrás
y en silencio te quitarás la
capa.
¿No es así como la luna
se levanta del bosque tupido?
Hechizado por la luna,
encadenado por ti,
seré feliz con mi vida,
las tinieblas y el silencio.
Así la bestia de las selvas tristes
al sentir la primavera
escucha el susurro de las
horas
y mira pasar la luna.
Cautelosa se desliza en el barranco
a despertar los sueños de la
noche
y su paso ágil arregla
con la marcha de la luna.
Como ella quiero callarme,
mirar y languidecer,
guardando solemne silencio,
tu silencio, oh, Noche...
Y habrá muchas lunas claras
en mí y a mi alrededor;
pálida costa de dunas
se abrirá llamándome.
El mar verde y rumoroso
me traerá de las tinieblas
corales, flores y perlas,
dones de tierras lejanas.
Y el aliento de mil seres
desvanecidos hace mucho
tiempo,
y el sueño obscuro de las
cosas mudas,
y el estrellado vino.
...Partirás y escucharé
el último canto de la luna
y veré de nuevo cómo surge el
día
sobre la calma de las dunas
pálidas.
(“Las perlas”, 1910)
DON JUAN
Altivas y sencillas son mis ansias:
empuñar el remo, poner el pie
al estribo,
engañar al tardío tiempo
fugitivo
y en nuevos labios beber nueva
fragancia.
En la vejez, el precepto de Jesús:
bajar la vista, llevar nieve en
la frente,
y en el alma llevar cual
penitente
la carga redentora de una
cruz.
Tan sólo cuando en una orgía triunfante
me recobro ya hastiado de
placer,
asustado de la soledad y el
frío,
me recuerdo, átomo
insignificante,
que no tuve nunca niños de mujer
y nunca llamé a un hombre
“hermano mío”
(“Las perlas”, 1910)
SONETO
Tal vez estoy enfermo... Hay brumas en mi
corazón.
Todo me aburre... La gente y
sus cuentos.
Sueño con los regios diamantes
y con un ancho yagatán
ensangrentado.
Me parece que mi abuelo debía ser
un tártaro de ojos rasgados,
o quizá el huno cruel... y el
aliento de la herencia
venida a través de siglos, me
posee.
Quedo mudo y ansioso... Se borran los muros,
y veo el mar rizado de blancas
espumas,
y la roca de granito, bañada
de sol.
Veo la ciudad con sus cúpulas azules,
sus jardines florecidos de
jazmines...
¡Allí luchamos, y allí fui
muerto yo!...
(“Cielos ajenos”, 1912)
MUERTE
Hay muchas vidas dignas,
sólo una digna muerte.
Bajo las balas, en esas zanjas
quietas
uno cree en la bandera de
Dios.
Por eso se sabe con tanta claridad
que a la hora única y severa,
a la hora en que como una nube
roja
el día querido se aleja de los
ojos,
la bóveda celeste se abrirá
frente al alma, y, por las
nubes,
blancos caballos la llevarán
hasta la altura deslumbrante.
Allí hay un jefe en radiante coraza,
con yelmo de rayos
estrellados;
hay trompeteros de alas ígneas
llamando a la antigua fiesta
de la guerra.
Aquí, sobre la tierra, también
la misma muerte está clara y
sencilla:
aquí el compañero se aflige
sobre el caído
y le besa los labios.
Aquí, el padre con su sotana rota,
enternecido, canta la oración;
aquí se toca una marcha
majestuosa
sobre el montón que ya apenas
se ve.
(“El aljaba”, 1916)
LA OFENSIVA
Aquel país que podría ser un paraíso
se convirtió en guarida de
fuego.
Avanzamos cuatro días,
cuatro días de no comer.
No es preciso el manjar terrestre
a esta hora extraña y clara,
porque la palabra de Dios
nos mantiene mejor que el pan.
Las semanas cubiertas de sangre
son deslumbrantes y ligeras...
Sobre mí se desgrana la
metralla,
y más rápidas que aves vuelan
las espadas.
Grito, y mi voz salvaje
es cobre golpeando el cobre.
Yo, portador del gran
pensamiento,
no puedo, no puedo morir.
Como martillos de trueno,
o como olas de mares enojados,
el corazón rubio de Rusia
late, rítmico, en mi pecho.
¡Oh, qué blancas las alas de la victoria!
¡Cómo fulguran sus ojos!
¡Oh, qué sabia es la voz
de su trueno purificador!
Tan dulce es lucir la victoria
como cubrir a una mujer de
perlas,
y pasar sobre la humeante
huella
del enemigo en retirada.
(“El aljaba”, 1916)
INVITACIÓN AL
VIAJE
¡Partamos! ¿No te gustaría escuchar
a la hora en que se yergue el
sol
las extrañas baladas y los
cuentos
de las rosas de Abisinia?
Cuentos de antiguas reinas magas,
de leones coronados de flores,
de los ángeles negros, de las
aves
que tienen su hogar entre las
nubes.
Allí haremos de abeto nuestra casa:
esquineros de piedra le
pondremos;
los paneles serán roja caoba
y los pisos serán de
palisandro.
Hallaremos un viejo musulmán
que en monótona voz ha de
leernos
la canción de Rustem y de
Zorab,
y el amor de los reyes y las
vírgenes.
En los montes donde el viento grita
cortaré la madera: altivos
cedros
que vendrán olorosos de resina
y plátanos que se elevan hasta
el cielo.
Tú estarás con las flores entretanto,
y he de regalarte una gacela
con los ojos tan tiernos que
parezcan
el lejano cantar del
caramillo.
Tendrás también un ave del paraíso
más hermosa que las rojas
auroras
para adornar con sus alas
irisadas
la milagrosa mata rubia de tu
pelo.
Y cuando el carro de la vida
se deslice hacia la meta
fatal,
sin pesar le veremos alejarse
y a la muerte diremos: “¿es
hora ya?”
Sin tormentos, sin vagas fantasías
partiremos hacia el reino de
Dios,
saludando con sonrisa clara
las regiones que ya vimos otra
vez.
(De “Los versos inéditos”, 1916-1918)
LA QUE
DERRAMA LAS ESTRELLAS
No siempre eres ajena y
orgullosa
y no es siempre que no me
deseas.
Queda, queda y tierna como en
un sueño
sueles venir a veces hacia mí.
Sobre tu frente hay un mechón
espeso
que no me atrevo a besar.
Y tus grandes ojos se
encienden
con la luz mágica de la luna.
Mi amiga tierna, mi implacable
enemiga:
tan bendito es cada paso tuyo,
como si pisaras sobre mi
corazón
derramando estrellas y flores.
No sé adónde las cogiste
ni por qué te ves tan clara...
¡Oh, quien gozó de un instante
a tu lado
ya no podrá desear nada más en
la vida!
(“La hoguera”, 1917)
EN BRETAÑA
Salud, oh, mar... Tú eres de esos mares
por donde navegan las galeras
y caballeros vestidos de seda
conquistaban a los reyes
bárbaros.
¿No es extraño que yo quiera más
aquellos mares temibles
donde hay tiburones y
quimeras,
terror de pescadores de piel
negra?
Aquellos mares... Oigo su ronca voz
y veo sus celajes de arrebol
en la quietud nocturna de mi
cuarto,
a la hora en que me siento
flecha y arco
y es mi alma sólo éxtasis y
anhelos
frente a la belleza de la
mujer.
(“La hoguera”, 1917)
...
Tan sólo al terciopelo negro
donde queda olvidado un
diamante
podría comparar la mirada
de sus ojos que parecen
cantar.
Su carne de porcelana
me atormenta con blancura tan
vaga
como un pétalo de azucena
bajo la luna moribunda.
Aunque sean de cera las tiernas manos,
la sangre en ellas cálida está
como una vela inextinguible
frente a la imagen de María.
Y Ella toda es ligera como una alondra
que en el tiempo claro del
otoño
se prepara ya a despedirse
de esta su triste tierra del
Norte.
(“A la estrella azul”, 1918)
<< Home