MAXIMILIÁN VOLOSHIN
(1877-1932)
Nació
en Kiev, Ucrania. Estudió en la Universidad de Moscú. La primera parte de su
vida, hasta 1917, la pasó en viajes por diversos países de Europa; en 1917, se
radicó en Crimea, donde permaneció hasta su muerte.
Residió muchos años en París, donde estudió
pintura entre otras cosas. En Grecia e Italia descubrió, según él mismo, “la
patria de su espíritu”.
De regreso a Crimea, se mantuvo alejado de
la política, dedicado a las letras, pero con la Revolución y la guerra civil
que le siguió, sus poemas comienzan poco a poco a reflejar su dolor por el
futuro del país.
Escribió acerca del terror y los
sufrimientos de aquellos años, hasta que le prohibieron publicar sus obras.
Pasó sus últimos años en la miseria,
ganándose la vida con sus pinturas.
EL PEREGRINO
Soy como el peregrino de los
viajes sin retorno,
voy de hogar en hogar y de
país en país.
Presiento una hermana en cada
muchacha
y en vano busco entre los
hombres un hermano.
Mi alma se llena de punzantes
alegrías;
tengo fe en la vida, en el
sueño, la verdad y el juego
y sé que al fin descansaré
junto a mi Padre,
allí donde me esperan los
míos.
PARÍS
El ocaso lucía su sonrisa
carmesí.
París se ahogaba en tiniebla
purpurina.
Con gesto de tristeza el día
cansado
abatió su frente contra el
húmedo suelo.
Y abrió lentamente la noche
su ala gris sobre el mundo.
Alguien fundió un puñado de
piedras
y las arrojó en el líquido
cristal.
En sus sedas desteñidas
el río mecía un buque blanco,
y había fiesta en el seno de
las aguas:
danzaban las luces en las
olas.
Unas filas de álamos enormes,
gigantescos, se juntaban en el
río,
y se encendían los diamantes
en el almenado encaje de las
ramas.
Amar sin lágrimas, sin quejas.
Amar sin fe en el regreso...
Que cada instante sea
el último en la vida. Que lo
pasado
no nos atraiga, irresistible.
Que la vida se deslice en anillos de humo,
que pase, se disperse...
y que la tristeza de la tarde
alegre
nos envuelva en su abrazo.
Mirar cómo se funden sin señal
los vestigios del ensueño,
nunca
separarse de la dicha triste,
y acercándose al fin del
camino,
suspirar y marcharse
alegremente.
LA CABEZA
(A la memoria de la princesa de Lamballe) Septiembre,
1792
Este cuerpo ágil, apasionado,
la plebe lo pisoteó,
lo insultó,
lo desnudo...
y no osé mirarlo...
Pero me separaron del cuerpo
echando trizas
de carne destrozada sobre las piedras...
Y la plebe de París
me llevó por el tumulto de las calles.
Bebían ajenjo en la taberna
y me echaron sobre el mostrador mojado...
Un barbero me alzó del lodo,
peinó mis blondos bucles,
puso carmín en mis mejillas
y las empolvó.
Ultrajada y toda herida,
ondulada por una mano sucia
como para la fiesta,
me erguí en la punta de una lanza
sobre la muchedumbre.
Se arrebataba la bacanal...
Cantaba la gente en una
mística locura
y como llamas resonaban las
canciones.
Me pareció estar en un baile
de Versailles...
La suave danza me envuelve y
me lleva...
Y por la escalera estrecha de
la prisión
en la torre del Temple, hasta
la ventana de la Reina
me levanté, mensajera del
pueblo.
EL JURAMENTO
De la sangre derramada en las batallas,
del polvo de los que fueron
convertidos en polvo,
del martirio de las
generaciones ejecutadas,
de las almas que se
santiguaban con sangre,
del amor que odia, de los
crímenes, de los furores
surgirá una Rusia justa.
Rezo tan sólo por ella.
Tengo fe en los propósitos eternos:
se forja a golpes de espada;
se empiedra en los huesos;
se consagra en las batallas;
se construye en las reliquias
ardientes;
se funde en las oraciones
enfurecidas.
(“Caminos de Rusia”, 1921)
EL TERROR
Por la noche se preparaban
para el trabajo.
Leían relaciones, informes,
expedientes.
De prisa firmaban sentencias.
Bostezaban. Bebían.
Por la mañana repartían vodka
entre los soldados.
Por la noche, a la luz de las
velas,
llamaban por lista a hombres y
mujeres.
Los empujaban al patio
sombrío;
les quitaban calzados, ropa
interior, vestidos.
Los ataban en líos; los
cargaban en el carro; los llevaban.
Dividían anillos, relojes...
Por la noche los conducían,
descalzos, hambrientos,
por el suelo helado, bajo el
viento Nordeste,
fuera de la ciudad, hacia
vacíos solares.
Con las culatas los empujaban
hacia la barranca,
los alumbraban con las
linternas, y durante un medio minuto
trabajaban las ametralladoras.
Los acababan con las bayonetas.
Aun vivientes, los echaban en
el foso.
De prisa los cubrían de
tierra,
y entonces, con un canto largo
y sonoro
retornaban a la ciudad.
Al amanecer, se deslizaban
hacia las mismas barrancas
mujeres, madres, perros.
Excavaban la tierra, peleaban
por los huesos,
y besaban la carne querida.
(“Caminos de Rusia”, 1921)
EN EL
FONDO DEL INFIERNO
A la memoria de A. Blok y N. Gumilev
Cada día más salvaje, más sorda,
se entorpece, lívida, la
noche.
Un viento fétido apaga, como velas, las vidas.
Ni llamar, ni gritar, ni ayudar.
Oscura es la suerte del poeta ruso:
un destino impenetrable lleva
a Pushkin
frente a la boca de una
pistola;
a Dostoievsky, al cadalso.
Quizá yo correré la misma suerte,
mi amarga Rusia filicida,
y pereceré en el fondo de tus
sótanos,
o me deslizaré en un charco de
sangre.
Mas no abandonaré tu Calvario,
ni renunciaré a tus tumbas.
Deja que acaben conmigo el hambre y la
malicia.
No escogeré otro destino:
si debo morir, moriré contigo,
y contigo me levantaré, como
Lázaro del ataúd.
(“Caminos de Rusia”, 1921)
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