martes, julio 12, 2016

Poner el nombre de Eduardo Mallea al Centro Cultural Néstor Kirchner





https://www.change.org/p/mauriciomacri-argentina-gob-ar-poner-el-nombre-de-eduardo-mallea-al-centro-cultural-n%C3%A9stor-kirchner









domingo, mayo 08, 2016

DYLAN THOMAS recitando "Fern Hill"



DYLAN   THOMAS   recita   Fern   Hill


https://www.youtube.com/watch?v=8XG1B_7r4y8



Fern Hill
 

Now as I was young and easy under the apple boughs
About the lilting house and happy as the grass was green,
The night above the dingle starry,
Time let me hail and climb
Golden in the heydays of his eyes,
And honoured among wagons I was prince of the apple towns
And once below a time I lordly had the trees and leaves
Trail with daisies and barley
Down the rivers of the windfall light.

And as I was green and carefree, famous among the barns
About the happy yard and singing as the farm was home,
In the sun that is young once only,
Time let me play and be
Golden in the mercy of his means,
And green and golden I was huntsman and herdsman, the calves
Sang to my horn, the foxes on the hills barked clear and cold,
And the sabbath rang slowly
In the pebbles of the holy streams.

All the sun long it was running, it was lovely, the hay
Fields high as the house, the tunes from the chimneys, it was air
And playing, lovely and watery
And fire green as grass.
And nightly under the simple stars
As I rode to sleep the owls were bearing the farm away,
All the moon long I heard, blessed among stables, the nightjars
Flying with the ricks, and the horses
Flashing into the dark.

And then to awake, and the farm, like a wanderer white
With the dew, come back, the cock on his shoulder: it was all
Shining, it was Adam and maiden,
The sky gathered again
And the sun grew round that very day.
So it must have been after the birth of the simple light
In the first, spinning place, the spellbound horses walking warm
Out of the whinnying green stable
On to the fields of praise.

And honoured among foxes and pheasants by the gay house
Under the new made clouds and happy as the heart was long,
In the sun born over and over,
I ran my heedless ways,
My wishes raced through the house high hay
And nothing I cared, at my sky blue trades, that time allows
In all his tuneful turning so few and such morning songs
Before the children green and golden
Follow him out of grace.

Nothing I cared, in the lamb white days, that time would take me
Up to the swallow thronged loft by the shadow of my hand,
In the moon that is always rising,
Nor that riding to sleep
I should hear him fly with the high fields
And wake to the farm forever fled from the childless land.
Oh as I was young and easy in the mercy of his means,
Time held me green and dying
Though I sang in my chains like the sea.





FERN HILL


Cuando era joven y libre bajo las ramas del manzano
en torno de la casa cantarina, y feliz como verde era el pasto,
la noche sobre la cañada, llena estaba de estrellas,
el tiempo me dejaba dar voces y trepar
dorado hasta el apogeo de sus ojos,
y venerado entre carros, era yo el príncipe de las ciudades de manzanas
y alguna vez con todo señorío, hice que hojas y árboles
se arrastraran con margaritas y cebada
hacia abajo en los ríos alumbrados por las frutas caídas.

Y como era tierno y despreocupado, famoso en los graneros
en torno del patio alegre y cantaba porque la granja era mi hogar,
al sol que es joven apenas una vez,
el tiempo me dejaba jugar
y ser dorado en la gracia de sus poderes,
y tierno y dorado era yo cazador y pastor, los becerros
cantaban a la voz de mi cuerno, en las lomas los zorros ladraban con clara y fría voz
y el domingo sonaba despacio
en los guijarros de los sagrados arroyos.

Todo el trayecto del sol era un deleite, una carrera,
los campos de heno altos como la casa, las tonadas de las chimeneas, era el aire
y un juego lleno de belleza y agua
y el fuego verde como pasto.
Y de noche, bajo estrellas ingenuas
mientras cabalgaba hacia el sueño las lechuzas se robaban la granja
todo el trayecto de la luna, entre establos bendito, oía a las aves nocturnas
volar entre las parvas y veía caballos
como relámpagos en la oscuridad.

Y luego despertar, la granja regresaba como un vagabundo
blanco de rocío, con el gallo en su hombro, era todo
brillante, era Adán y su virgen
y el cielo de nuevo se formaba
y el sol creció redondo aquel preciso día.
Así debió haber sido luego de nacer la pura luz
en el primer lugar donde se hiló, caballos hechizados y fogosos
saldrían del verde establo lleno de relinchos
hacia los campos de alabanza.

Y venerado entre zorros y faisanes junto a la casa alegre
bajo las nubes recién hechas y feliz como era interminable el corazón,
en el sol tantas veces nacido
yo corría por mis caminos alocados
mis deseos se desbocaban a través del heno alto como la casa
y nada me importaba, en mi celeste tráfico, pues el tiempo
en su giro melodioso, concede tan pocos cantos así de mañaneros
antes que los muchachos tiernos y dorados
lo sigan hasta perder la gracia.

En esos días blancos como corderos no me importaba que el tiempo me llevara
hasta el desván lleno de golondrinas, tomándome por la sombra de mi mano
en la luna que siempre se levanta,
ni que cabalgando hacia el sueño
llegara a oír su fuga entre los altos campos
y despertara ante la granja borrada para siempre de ese país sin niños.
Oh, mientras fui joven y libre en la gracia de sus poderes
el tiempo me sostenía tierno y moribundo
aunque cantara en mis cadenas, como el mar.

(Traducción: Elizabeth Azcona Cranwell)




miércoles, marzo 02, 2016

Luis Benítez - Breve historia de la poesía argentina



LUIS   BENÍTEZ


BREVE   HISTORIA   DE   LA   POESÍA   ARGENTINA


SCURTA   ISTORIE   A   POEZIEI   ARGENTINIENE

















Bibliotheca Universalis, Orizont Literar Contemporan, Editura Pim, Iasi, Rumania, 2015



domingo, enero 31, 2016

Ionesco o el intelectual está sobre todo






IONESCO   O   EL   INTELECTUAL   ESTÁ   SOBRE   TODO




Por Martín Sosa Cameron






La marcada deshumanización del hombre en el siglo XX puede representarse claramente en dos autores que abren y cierran ese período: Franz Kafka y Eugène Ionesco. Ellos demuestran cómo, acelerado e inflexible, se da el proceso de vaciamiento interior, despersonalización e incomunicación. En Kafka es el aislamiento respecto al prójimo, hasta llegar en Ionesco al individuo que no se tiene a ni sí mismo. En Kafka los hombres son números, mientras que, en Ionesco, el mayor invento humano —el lenguaje— es inútil(1) y los oradores son mudos(2). No hay comunicación ni exterior ni interior.

Por encima del pasado, presente y futuro, está lo que permanece, el siempre. En la historia no se ha recorrido ninguna vía sin que antes no fuera concebida o señalada por un hombre superior que la pensara. El poder en la historia, en los seres intrascendentes, está dado y limitado por el Estado y el hacer político, es un mundo de gobernantes y funcionarios, el hoy, el ahora, que se pierde en el pasado y se desvanece en un futuro que sólo ve incesantes reemplazos, mientras el verdadero, el profundo poder, lo tienen los hombres con pensamiento y con obra, los intelectuales. Jamás hombre alguno ha tenido proyección de influencia fuera de su tiempo sin obra intelectual, ¿qué imperio, gobierno o tirano ha persistido, señalado y actuado sobre el porvenir con el peso de Aristóteles, Platón, Virgilio, San Agustín o Lutero, por ejemplo, hombres que jamás tuvieron cargo estatal? Ninguno. Ellos son arquitectos, conciben e impulsan ideas y sistemas de pensamiento. Los otros, gobernantes, son meros y simples ejecutores, concretan su tarea de albañiles. Tanto que los hayamos leído o estudiado, como que no, los humanos dependemos de lo que plantean las ideas, anuncia el arte, descubre la ciencia y comprueban los hechos. Afirma con exactitud Ortega y Gasset, tan certero al señalar al “hombre masa”, que a la historia no la hacen los Alejandro ni los Napoleón, la hacen los intelectuales, los pensadores… A una obra, un edificio, la concibe un hombre superior, y la concreta uno del resto; los primeros son irreemplazables, los segundos son millones. Afirma Ionesco, “El que tiene un espíritu no se parece a los demás”: uno que gobierna sólo ocupa un sitial del Estado, acto que cualquiera puede repetir, en cambio un intelectual está en lo más alto del hacer humano, único, irreemplazable, en categorías que no se puede usurpar. El gran hombre está por encima de su tiempo y época: “Yo no escribo para el hoy, ni para el mañana, yo escribo para el pasado mañana..." (Nietzsche) y “Querer pertenecer a su época, es haber sido superado” (Ionesco).

¿A qué viene todo esto? Es simple: en Rumania, su país de nacimiento, Ionesco estuvo prohibido por un sistema estatal donde se sucedían los tiranos y la población era esclava. Afortunadamente, superada esa prolongada e imperdonable injusticia, sus compatriotas pueden disfrutar de su legado, los dictadores quedaron atrás.

Ionesco rechaza la violencia, la vulgaridad y la pobreza mental. Es palpable en él su odio a la injusticia y al comunismo, culpable de persecuciones y genocidios, el máximo enemigo de la humanidad moderna, máquina de mentiras y crueldades. Jamás un obrero, un proletario, gobernó los países donde se estableció.

Leer a Ionesco abre infinitas perspectivas a quien se entrega a sus textos; su teatro puede, en escena, tanto llamar la atención como hacer dudar de su altura artística: lo que se ve, representado, sin término medio, ¿es deslumbrante o no tiene valor? La puesta en escena depende de director, actor, lugar, pero la lectura —sólo variable (no débil) ante traducción o censura— es más poderosa e íntima, pertenece al autor y al lector. Con él, más que con cualquier otro, aprendí a leer, releer, e intentar escribir teatro… Su visión me sirvió para interpretar y expresar, en un caos organizado, mi observación a partir de donde había llegado y llevado Ionesco… Él es grande, yo, su lector, solamente un aprendiz…

1 La cantante calva
2 Las sillas





Publicado en Orizont Literar Contemporan, en castellano y rumano, número 6 (50), año VIII, Bucarest, Rumania, CEE, noviembre-diciembre 2015



Emil Cioran, Eugen Ionescu, Mircea Eliade




Tres   grandes   del   pensamiento   universal




 















lunes, diciembre 14, 2015

Martín Sosa Cameron Sufletul nu este cumva impersonal? * Calatorii



Nuevo libro mío traducido al rumano, contiene dos obras de teatro, Sufletul nu este cumva impersonal? y Calatorii (¿Acaso el alma no es impersonal? y Los viajeros); primera edición en Nueva York, Estados Unidos, segunda, en Iasi, Rumania














Martín Sosa Cameron Interiorul visului (Interior del sueño)




Mi primer libro traducido al rumano, Interior visului (Interior del sueño), de poemas; primera edición en Córdoba, Argentina, segunda en Bucarest, Rumania














O. Paz, G. Marcel, J-D. Martinet y otros Manifiesto Los Intelectuales y los poderes (1973)






Los Intelectuales y los poderes (1973)



Manifiesto donde se sostiene que la cultura de las ilusiones asegura quizá la tranquilidad de los dirigentes, pero desde luego no la calidad de los militantes.

Hace más de medio siglo, la primera guerra mundial rompía la esperanza de ver Europa y, tras ella, al mundo entero avanzar por vías que no fuesen siempre asesinas hacia una democracia mayor, hacia la justicia económica y social y lo que se creía que era “la civilización”. El mundo que hemos heredado es un mundo donde la violencia abierta o disimulada (la de las armas, las instituciones, las penurias) es la dueña. Un mundo de temores, sufrimiento, terror.

En sesenta años, la humanidad ha sufrido dos guerras mundiales, el triunfo y el aniquilamiento del fascismo y del nazismo, los genocidios de los que fueron víctimas los armenios, judíos y gitanos, las masacres desencadenadas por las guerras coloniales. Al mismo tiempo, la tentativa revolucionaria (obrera y socialista) de 1917 en Rusia condujo a la tiranía totalitaria de Stalin, mientras que la Revolución china, campesina y antiimperialista, conoció a través de la “Revolución cultural” la deificación de Mao Zedong y la condena de los recalcitrantes. Estas transformaciones permitieron la puesta a punto de un sistema de co-dominación del planeta por dos partes (Estados Unidos y la Unión Soviética), tres (Estados Unidos, la Unión Soviética y China), y mañana cuatro o cinco, si Japón y Europa se imponen.

Cada vez más cercano, el Tercer Mundo está colonizado por los imperialismos y sometido al pillaje. A menudo sus dirigentes se acomodan en ello y buscan sacar provecho de las fidelidades que les son impuestas. A veces se resiste: la guerra de Indochina fue el punto culminante de ese combate. Entretanto, en países desarrollados, una parte de la juventud se alza contra una sociedad que las nuevas formas del capitalismo abocan al consumo incontrolado, a la injusticia social, a la destrucción de hombres y medios tradicionales y naturales.

En medio de estas conmociones, la importancia social del trabajo intelectual no ha cesado de aumentar. El número de intelectuales crece de manera relativa y absoluta, ya que su trabajo es importante para la producción de riqueza, pues las transformaciones que conoce nuestro planeta deben ser conceptualizadas, explicadas y, llegado el caso, justificadas o combatidas. Pero hay que preocuparse de que los trabajadores intelectuales formen un conjunto coherente con la actividad reflejada. Se puede decir incluso que la tarea política, incluso profética de los intelectuales, ha ido disminuyendo a medida que aumentaba su relevancia social.
Los unos, que son la mayoría, se encierran en tareas parciales que los vuelven a veces cómplices más o menos conscientes de crímenes contra la humanidad: por ejemplo los sabios trabajan por cuenta de las industrias de la guerra más asesinas. Otros son apologistas de los regímenes instalados; algunos elaboran justificaciones ideológicas, incondicionales para los movimientos revolucionarios o que se llaman tales, dispuestos a cambiar de revolución cuando se estiman traicionados por aquella a la que han servido. La función crítica propia de la actividad intelectual, y cuyo abandono es la única traición verdadera de los intelectuales, parece hoy en día, y es un escándalo, la cosa menos extendida del mundo. Y sin embargo, en Occidente es donde los intelectuales son más libres, todavía hoy en día, de criticar a los poderes a los cuales están sometidos o asociados y a aquellos que dominan los países considerados socialistas o los países del Tercer Mundo a los que llaman liberados.

Los abajo firmantes constatan la existencia de un movimiento revolucionario que sacude el orden planetario bajo una forma triple que ninguna teoría ha sabido integrar, por el momento, de forma satisfactoria:

—la revuelta de los pueblos del Tercer Mundo contra los imperialismos y para que las riquezas del planeta sean repartidas de manera justa;

—la revuelta que sacude a los países civilizados, que pone en cuestión las estructuras de la sociedad industrial: la relación entre el capital y el trabajo; la separación entre dirigentes y dirigidos; entre ejecutantes y detentadores del saber o del poder de decisión; el productivismo o la idea, enraizada desde los orígenes del capitalismo, de que la razón de ser de la sociedad es la explotación de la naturaleza, y que eso necesita o justifica la explotación del hombre por el hombre;

—las reivindicaciones de las minorías religiosas, étnicas, sexuales, así como de las categorías oprimidas (mujeres, jóvenes, viejos, trabajadores inmigrantes, etcétera) que afirman, y, según las necesidades, imponen su derecho a la existencia contra las mayorías o los grupos opresivos. La guerra de los pueblos de Indochina contra el imperialismo norteamericano, el Mayo francés, la revuelta del pueblo checoslovaco contra la tiranía del régimen de aparato impuesto por la Unión Soviética, las luchas llevadas a cabo en todo el mundo desarrollado por parte de los trabajadores inmigrados para obtener el simple derecho a vivir, el combate de las mujeres contra el machismo, la lucha del pueblo de Bangladesh, la del pueblo palestino, la lucha contra el etnocidio y el genocidio han sido, son y serán las expresiones de estas transformaciones revolucionarias. Pero declararnos “solidarios” de esas luchas y de esas reivindicaciones no es más que cumplir una parte ínfima, incluso irrisoria de nuestra tarea, si hay alguna que nos sea común. El mundo en que vivimos no es un mundo sencillo donde baste con elegir un ámbito para contribuir al porvenir de la humanidad. Ningún país, ningún régimen, ningún grupo social es portador de la verdad y de la justicia absoluta, y sin duda ninguno lo será jamás. La terrorífica experiencia del estalinismo, la transformación de intelectuales revolucionarios en apologistas del crimen y de la mentira demuestran hasta dónde pueden conducir las identificaciones utópicas y la atracción del poder, esas tentaciones características del intelectual contemporáneo. A meced de los mass media, de la orientación de los aparatos ideológicos, de sus propias pasiones, los intelectuales de Occidente o al menos los que se expresan han tomado posición a favor o en contra del derecho a la autodeterminación del pueblo biafreño, del pueblo bengalí, del pueblo palestino, del pueblo israelí, mientras que la revuelta de Ceilán, condenada por la unanimidad de los Estados, permanecía ignorada por los intelectuales o la mayor parte de ellos. Nosotros pensamos que los intelectuales tienen cosas mejores que hacer que ser los procuradores voluntarios u obligados de las instancias políticas o burocráticas en busca de ideología. Creemos por tanto que debemos recordar aquí abajo algunas propuestas que son para nosotros evidencias morales y políticas fundamentales.

1.No existe el problema del fin y de los medios. Los medios forman parte integrante del fin. De ello resulta que todo medio que no se oriente en función del fin buscado debe ser recusado en nombre de la moral política más elemental. Si queremos cambiar el mundo, es también, y quizás antes que nada, en interés de la moralidad. No hay estrategia racional o científica que no deba ser sometida a la moral adoptada. Si condenamos ciertos procedimientos políticos no es solamente, o al menos no siempre, porque sean ineficaces (pueden ser eficaces a corto plazo), sino porque son inmorales y degradantes, y comprometen a la sociedad del porvenir.

No existe la tortura “buena”, ni la policía política “buena”, no existe dictadura “buena”. No hay campos de concentración “buenos”, ni genocidio “legítimo”. Hay combates necesarios, pero tampoco hay un ejército “bueno”, hay Estados menos malos que otros, pero no hay un Estado “bueno”. Las exacciones, palizas, chantajes, toma de rehenes, sin ser comparables a las torturas, no son “buenas” o “malas” según la causa a la que sirven. Son todos malos, sea cual sea el juicio que se tenga sobre las responsabilidades primeras o las finalidades últimas.

2.No existe ningún apocalipsis revolucionario. La creencia en un apocalipsis tal es una perversión. Una vez llegada al poder, una revolución victoriosa hereda unos conflictos de la sociedad antigua y crea otros nuevos. Así, la construcción de una sociedad socialista, libre e igualitaria no debe ser aplazada a después de la crisis revolucionaria, ya sea local o mundial, sino emprendida antes de la crisis y proseguida durante ésta. Hoy en día, en la vida cotidiana y en las organizaciones, los revolucionarios deben trabajar para establecer entre los hombres y los grupos sociales unas relaciones más justas. El mito de la “gran noche” es mucho más temible dado que la sociedad nacida de una revolución es conflictiva, como todas las sociedades históricas, y que es grande la tentación de adjudicar a “conspiradores” o “saboteadores” la responsabilidad de todo lo que va mal. Todo grupo político que cree poseer la llave de una transformación inmediata y automática de la sociedad es candidato al ejercicio de campos de concentración y torturadora.

3.No existen libertades “formales”, que puedan suprimirse, ya sea “provisionalmente” o en nombre de libertades “reales” o “futuras”, sin inmensos peligros. Cierto, la historia de la humanidad no se confunde con la de las libertades. Puede proseguir sin las libertades; de hecho, sin ellas se ha desarrollado a lo largo de espacios y tiempos inmensos. Pero que las libertades conquistadas y los derechos adquiridos sean una parte de la herencia establecida por la transformación feudal, y después capitalista, en un sector de Occidente, y que puedan, mañana como hoy, servir de coartada a las clases dirigentes, no debe conducirnos a despreciarlas. Por el contrario, hay que extenderlas hasta que ya no sean el privilegio de algunos.

4.La violencia forma parte de nuestro mundo y no nos forjamos la ilusión de que pueda desaparecer con rapidez. Pero constatar su presencia en la historia (la violencia de los opresores que arrastra a la de los oprimidos, los cuales pueden a su vez, con demasiada facilidad, convertirse en opresores) no autoriza a hacer su apología ni a justificarla en todos los casos. Las armas de la crítica, cuando se usan, son superiores a la crítica de las armas.

5.Sea cual fuere la parte del mundo donde se encuentre, el campo en que uno esté comprometido, decir la verdad (decir, al menos, lo que uno humildemente cree que es la verdad) es la tarea principal del intelectual. Debe hacerlo sin orgullo mesiánico, independientemente de todos los poderes y, si es necesario, contra ellos, sea cual sea el nombre que éstos se den (independientemente de las modas, los conformismos, las demagogias). No hay momento en que el intelectual esté justificado para pasar de la crítica a la apologética. No hay César individual o colectivo que merezca la adhesión de todos. El ideal de una sociedad justa no es el de una sociedad sin conflicto (no hay fin de la historia), sino de una sociedad donde aquellos que contestan pueden, a su vez, cuando llegan al poder, ser contestados; de una sociedad donde la crítica sea libre y soberana, y la apologética inútil.

Apelamos a todos aquellos que estén de acuerdo con todo lo que precede a firmar este manifiesto con nosotros.


Philippe J. Bernard, Pierre de Boisdeffre, Jacqueline Bret, Lucien Brunelle, Solange de Carrère, Jean Cassou, Noam Chomsky, Jean-Marie Domenach, Marc Ferro, Marianne Hamilton, Elizabeth Labrousse, Roger Lacombe, François Lebrun, Thierry Leconte, Jean-François Lemettre, Gabriel Marcel, Henriette Marchand, Jean-Daniel Martinet, Edgar Morin, Octavio Paz, Gilles Renaud, Robert Seignobos, Steve Scheinberg, Jean Tavernier, Paul Thibaud, Jean Ullmo, René Verrier, Yves Vincent, René Voge, Paul Volsic, Pierre Waldteufel, y siguen las firmas