lunes, julio 07, 2014

Alfonso Pedraza Brevísimos Textos






Alfonso Pedraza



Bailaron téte a téte y muslo a muslo.
La música; al máximo.
Él le habló de su amor.
Ella callaba.
Él se creyó correspondido.
Ella no dijo nada.
Salieron. Fornicaron en silencio.
No se volvieron a ver.
Jamás descubrió su nombre, ni su mudez.



Al canto Cardenche.
Es la tarde en esos páramos.  Se escucha el canto “a cappella” del  labriego al finalizar sus labores.
—Chaparrita; tú eres la consentida. Mira que ya amaneció. No me engañes porque te cuesta la vida. Mira que ya amaneció. Chaparrita las horas se me hacen años y yo lo que quiero de tu amor es un desengaño. Pero ándale, ándale…
El trovador, pensando en su amada, espera una resolución. El viento, cerca del ocaso, le responde:
—Shhh, shhh, shhh.



—Señorita, ¿puede decirme qué hora es?
—…
—Voy a los Juegos Florales ¿usted?
—…
—¿Me permitiría acompañarla?
—…
—Soy un atrevido. Perdonará usted; vivo al lado suyo y sé que se llama Esperanza y además… ¡es tan bonita!
—…
La joven, lo miró con el rabillo del ojo, aceleró el paso y se perdió entre el gentío.
El joven se quedó suspirando alegre, pensando que esa bella chica nunca dijo que no.



Padre llegó de mal humor, ordenó guardar silencio: no le importó que estuviera con madre, feliz, jugando. Obedecí. Fui a mi habitación y empecé a tirar con furia todos mis juguetes. El ruido provocado enfureció al viejo. Al instante acudió ante mi cuarto. Abrió y me dijo:
—¿No sabes qué es el silencio?
—Sí, lo que existe entre tú y yo.



—¡Tanta palabrería, no me vengas con excusas, será mejor escuchar el silencio!
—Anda pues, calla y oye.
—Percibo los autos en la calle.
—¡Tápate las orejas!
—Noto un zumbido en los oídos.
—No hagas caso de ello.
—¿Qué dices?
—Ya vas logrando tu propósito.
—¿Eh?
—¡Ya… calla y sigue tratando!
—¿Y para qué me sirve el silencio si no te entiendo nada? ¡Bah!



—¿Hasta ahora me lo dices? Sabías que te amaba.
—Sabes que no soy libre, tengo esposa e hijos, y lo que ignoras… un amante.
—…
—…
La gravedad del silencio entre los dos enamorados desconcierta al autor, que opta por dejar al lector la resolución del dilema.

—¿Hasta ahora me lo dices? Sabías que te amaba.
—Sabes que no soy libre, tengo esposa e hijos, y lo que ignoras… un amante.