SOBRE
MALLEA: JORGE LUIS BORGES, CAMILO JOSÉ CELA, EMILIO SOSA LÓPEZ
En la República Argentina y tal vez en América,
Eduardo Mallea ofrece el caso más cabal y más alto de un destino consagrado a
las letras. Ha vivido y vive con plenitud, pero no suele condescender a la
confidencia, y lo íntimo que toda obra requiere para ser algo más que un mero
ejercicio verbal se nos muestra exaltado y como transmutado por él con delicada
alquimia. De los diversos géneros que distingue la retórica de nuestro tiempo,
Mallea abunda en el más arduo: la morosa novela psicológica, cuya materia son
las almas. Estas siempre son lo primero. Sobre los hechos que son instrumento
para que las conozcamos mejor y del sentimiento patético, y no pocas veces
avasallador, del paisaje, que no es jamás una decoración, sino un medio,
resaltan firmemente los caracteres. En Todo verdor perecerá priva la tragedia
engendrada por la discordia de las almas dispares; en Chaves, la fábula narrada
por el autor es un largo adjetivo o atributo del solitario héroe. El influjo
ejercido por Mallea sobre su generación y las ulteriores no se reduce, como en
el caso de otros, a una serie de hábitos sintácticos o a la repetición u
obsesión de determinadas palabras. Es más bien un mandato de sentir, de
entender y de expresar con claridad lo observado o soñado. Prescindir de su obra
es renunciar a una de las felicidades más altas que nuestras letras pueden
darnos. Para él, nuestra gratitud. (Jorge
Luis Borges)
En un tiempo en el que tantas veces —y con tanta
ingenua y falaz torpeza— se confunde el talento literario con su enmascarador
suplente de la pedantería, resulta reconfortador y saludable el hecho de
enfrentarse de nuevo con los libros de Eduardo Mallea. Su vocación intelectual
sobrepasa, con mucho, los estrechos límites del folklorismo ingenuo y
esterilizador con el que –con tanta frecuencia y por desgracia para todos- se
lastran obras que cabría suponer dignas de mejor fin, y consigue expresar
magistralmente la amplia y profunda dimensión de una cultura que sólo admite
los límites nunca alcanzables de la universalidad. Brindo por el maestro
Eduardo Mallea y su mantenida labor literaria, honra de todos los que
escribimos en su lengua. (Camilo José
Cela)
Buscar
un centro espiritual desde el cual el hombre natural (argentino o sudamericano)
pudiera reconocerse como mundo, como
expresión de vida auténtica, revalorada por una conciencia moral del destino
humano, ha constituido para Eduardo Mallea el motivo esencial de todas sus
novelas. Enderezado a conquistar el plano de la trascendencia ha sido, sin
embargo, la presencia acuciosa y enigmática de la tierra desnuda, de la pampa
abierta como una interrogación al espíritu, aquello que ha promovido en él una
voluntad de respuesta. Y justamente por haberle conferido al paisaje las
cualidades de un alma, por haber descubierto la radicalidad profunda que liga
al hombre a su contorno material, su obra participa hondamente de la estructura
de lo mítico. Expresa el sobrecogimiento
de la criatura frente a las cosas, y esta comunidad de sustancias, esta
relación agónica entre lo externo y lo interno, confiere a su visión el
carácter universal de la vida. Sin embargo, con ser la obra de Mallea una
experiencia del abismo, su dramaticidad proviene de una conciencia del
desarraigo. A lo largo de su búsqueda, Mallea ha sentido dramatizarse en él ese
momento de turbación angustiosa que padece el Hijo Pródigo ante la gratuidad de
su vida sin arraigo. Esta parábola parece haber sido entrañable a su naturaleza
moral, pues sin duda de allí procede la necesidad —convertida ya en método— de retornar a la patria perdida. Y es
que en su espíritu se ha dado una confluencia vivificante de ese sentido
radical de la tierra y las más elevadas concepciones culturales del hombre. El
resultado ha sido una agudización de su angustia, ya que él ha
comprobado que el punto a que conducen
esas culturas intensivas y fervientes del yo es a exasperar el propio ardor, al
alimentarlo con nuevos deseos. Es así como se ha intensificado en Mallea, al
regir su pensamiento con los imperativos categóricos de culturas universales,
esa amarga conciencia de pertenecer a un país todavía no realizado
espiritualmente, sin expresión cultural propia. El predominio del sentimiento
de la tierra lo ha llevado a descubrir la inautenticidad que resulta de adoptar
un orden universalista, sin llegar hasta él por el camino de la radicalidad. De
aquí proviene esa mentalidad mística, para exaltar únicamente una noción severa
de la vida, como expresión del drama espiritual de su país.
(Emilio Sosa López)
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