ENRIQUE LUIS
REVOL
Homenaje al “Nautilus”
Se remonta a través del registro de piedra a
quinientos millones de años y desde la tierra casi primordial vibra bajo las aguas
su sabia arquitectura que tanto tiempo tuvo allí para aprender de rosada
esbeltez entre el terciopelo negro. Como en una vitrina de la Quinta Avenida
reposa paciente al fondo del mar, su “midtown” Manhattan.
Tan
viejo marinero puede empero sentirse muy brioso grumete, pretendiendo ignorar
la trágica historia del capitán Achab. Argonauta cuyo vellocino sería la
eternidad, resulta bien sencillo atraparlo cuando cae la noche. Poeta maldito,
poco amigo del sol.
Descarta la roca del tiempo la viscosa blandura y al final sólo queda el
vestigio sublime de paredes que acaso también tiñó antaño el suave pincel cuya
caricia ahora rechaza un corte lentamente certero. Para revelar su turbina
creadora de Leonardo ancestral.
Enseña
todavía —¡paradojal tortura!— con un lema total: más adentro.
Estupendo albañil del abismo, ya es Hamlet, su propio prisionero. En más
de treinta cámaras, hermético desdén.
Pero,
ávido de aventura, anula de pronto esa obsesión de muros entre un estricto yo
el vastomundo mostrenco. Al caer la noche se le impone pasear.
Y
sube hacia la muerte porque desde el cámbrico le empecina un rotundo callejón
sin salida. Tal vez le convenza el último instante: esa única abertura no va a
dejarlo libre.
Por
eones y eones otros emularán aún su busca letal, ascendiendo a expirar.
Nautilus pompilius, cuán profundo
esplendor, reliquia cuyos pies brotan de la cabeza; y puesto que una ciencia en
nada caprichosa le ordena cefalópodo, bueno es añadir: si bien su caracola no
estaría, sin duda, en la erótica gruta del “pauvre Lélian”, siempre es clara
lección dirigida al poeta, pues repite el esquema de las nebulosas. Para
corroborar a Kant y Laplace con severa elegancia “centenaria y actual”.
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