Martín Sosa Cameron EL INTERIOR INFERIOR
EL INTERIOR INFERIOR
Martín Sosa Cameron
¿Pensaste en lo que tienes? ¿Te faltan pan, techo, abrigo? ¿Estás es un lugar desprotegido? Los otros como tú que conoces, ¿están mejor que tú? Rodeado de libros, ¿qué actividad mental, intelectual realizas? Con lo que te circunda, ¿están mejor que tú? Al lado de muchos, ¿no tienes casi todo? Teniendo tanto cerca, ¿qué buscas más lejos? ¿Por qué sentirte frustrado? ¿Acaso los otros no lo están? “Sí, pero, ¿cuánto durará?” Durará, durará, esa es la medida de las cosas, de los bienes, de la vida, es el tiempo; por sobre todo lo que te entristece, ¿no sabes agradecer, insensato, lo que se te ha dado? También el rico, el que comercia, se pregunta “¿Cuánto durará?” Y ese durar, ¿para qué sirve? A lo que tiene, ¿lo desea aumentar? ¿Lo desea conservar? ¿No hacerlo crecer es un fracaso? Nadie puede saber cuánto conservará lo que tiene; la vida en sí lleva su propia limitación, ¿cuál es la inquietud? Vuelve la pregunta: ¿te faltan pan, techo, abrigo? ¿Te sobra el maltrato, la incomprensión, una no deseada soledad? ¿Te atrae el poder económico? ¿Estás insatisfecho? El poder es malo, nos esclaviza para servir a los objetos, no se ama, sólo se desea, no da brillo propio, pero deslumbra y amedrenta al débil, al desprotegido; a quién más hay que cuidar se lo usa y oprime. ¿Cómo parar? Sólo se debe comparar lo que está bien con lo que no lo está. ¿Por qué crear planteamientos donde antes no los había? ¿Quién necesitaba esos planteamientos? ¿Qué los motiva? ¿Insatisfacción? ¿Resentimiento? ¿Faltas que se tapan o buscan justificarse bajo alegatos? ¿Vanidad, inseguridad, falta de “autorespeto”? Es la irrupción de la falta de bondad. Ante una realidad que es difícil de aguantar, la huída está en las falsas soluciones, en los portadores de “aquello que necesito”, de “eso que me hace falta”, ¿acaso realmente te falta? Es el engaño del poder, que hace creer al hombre que podrá modificar sus circunstancias, pero no es así: podrá cambiar algo, aliviar una dificultad, tal vez compensar algo que no se tiene o no se tuvo, pero no podrá cambiar la naturaleza de las situaciones, ni comprar lo que no se tiene; en materia puede crecer, pero en otros órdenes no alcanzará jamás nada. Puedes estar muy disconforme con lo que tienes (comparas y “es poco”, no es “agradable”), puedes soñar que tendrías cosas mejores, ¿eso te haría feliz? Si hay alguna felicidad, esa es amar lo que se tiene, ¿no hay entre lo que te rodea objetos amables —amables: dignos de ser amados—?; conseguir la riqueza, el poder, el poder económico, ¿te hará crecer, te hará libre? Hay una gran insatisfacción, un enorme cuestionamiento a todo lo que te rodea; no sabes cómo canalizarlo, y embistes contra quien más te ayuda; todo te molesta: sus vicios, sus equívocos, y, más que nada, que tenga virtudes. ¡Es insoportable que un vicioso tenga cosas buenas! ¿Cómo puedo embestir contra las cualidades que tiene? Hay resentimiento, pues hace años que posas de lo que no eres intelectualmente, mientras el otro crece, hay un gran rencor contra la vida, pero la vida te ha dado mucho, más de lo que otros tienen; tienes mucho de lo que otros querrían tener, pero estás insatisfecho, nada te conforma, quieres cambiar y quieres irte dejándote llevar por la primer mano “con poder” que miras. No hay que razonar, sólo hay que obedecer a la insatisfacción, ser esclavo del fastidio, atacar a quien pese a todo, nos ama. Los cuestionamientos suelen ser buenos: a veces corrigen lo que puede y debe rectificarse, otras son sólo la expresión sutil o brutal o grosera de un profundo malestar, que ni corrige ni aporta nada: no es una nueva visión crítica de la realidad. Y tienen su propia falla; un cuestionamiento jamás se autocuestiona: ¿es bueno que esté cuestionando lo que tengo, me rodea, lo insuficiente? ¿Es que es verdaderamente insuficiente? Este cuestionamiento, ¿no es un nuevo personaje, algo, alguien, que aparece para arruinarlo todo? ¿Qué me da? ¿A dónde me lleva? ¿No estoy rompiendo lo único que me queda? ¿No he atacado demasiado a quien no lo merece? El cuestionamiento, pero, ¿no estaba mejor sin él, sin hacerlo? ¿Por qué hice lo que hice? ¿Por qué quiero justificar lo que sé que no puedo disculparme? Es el poder del cuestionamiento, el poder destruye como un cetro de hierro hirviendo, y sólo se puede, una vez en él, salir del cuestionamiento con nuevos cuestionamientos. El cuestionar arruinó la vida, a un recipiente aceptable lo llenó de impureza; esta no es ni la obra ni el resultado del bien. ¿No será el momento de sospechar de la intencionalidad, de la causa de lo que me lleva a cuestionar? Lo bueno es lo necesario. Lo necesario es lo justo, y lo justo es obrar el bien; el disconformismo, el cuestionamiento, son válidoscuando buscan instaurar o restituir el bien, pero cuano no llevan a eso, ¿a qué llevan? Una vez hechos, ¿cómo se corrigen? El tiempo existe, y se desliza suave o rápidamente, y los cuestionamientos arruinan lo que puede ser un hermoso viaje a través de horas, días y años rodeado de cosas nobles; sólo el bien puede hacernos entrever, sentir, la dicha, ¡cuántos dones, Señor, que no apreciamos ni agradecemos, nublados por innecesarios cuestionamientos! Es la eterna insatisfacción, la disconformidad con uno, ¿y qué culpa tiene los demás de mi insatisfacción? ¿Cuáles son mis frustraciones?, ¿quién no las tiene? Mis aspiraciones, ¿son legítimas, proporcionales? ¿Están en sintonía con las posibilidades generales? ¿Por qué planteo, por qué estoy con tanta insatisfacción? No alcanzo a valorar lo que tengo que ya me molesta y busco otra cosa, esa inquietud, los planteos, ¿son buenos? Sus resultados, ¿serán legítimos, serán buenos? Mis argumentos no son consistentes, son engañosos, provienen de cosas ocultas que rechazo pero debo incorporar de algún modo, y lo hago tapándolas con planteamientos; no hay serenidad, sobra la simulación, el egoísmo y el enmascaramiento. Me quiero poco, por eso me proyecto sobre lo que me rodea y lo que tengo, y me disgusta. Si este me respeta, o peor, me quiere, ¿cómo no despreciarlo? ¡Quererme a mí! Me considero, me siento tan poca cosa que no puedo valorar lo que me acompaña en la medida que realmente tiene: sólo lo mido desde mi desagradable patrón para medir, pesar, sopesar. Imagino a un mozalbete, un joven de buen aspecto, pero se autodesprecia, no busca cuidar lo alto que tiene, su menosprecio lo lleva a cortejar a una vieja, y con ella regodea sus imágenes mentales concupiscentes. La vieja es fea, vulgar, casada, inmoral, pero le gusta, porque la vieja tiene poder, poder económico. Es el “poder de lo bajo”, es el poder, el gran engaño. ¿Qué muchacho, qué hombre bien puesto se sentiría a gusto con esa vieja? ¿Cómo puede él justificarse, explicar su atracción? ¿Es insanía, es falta de corrección, es lo que no debe ser? No lo admite: se autodesprecia, y justificará todo lo que lo evidencie, todo lo que lo degrade. Se busca ufanar con victorias ante rivales fáciles; esa es su bajeza. Odia, rechaza a lo que supone mejor que él pues, en vez de buscar la armonía con lo que tiene, plantea el conflicto, y su sensación de inferioridad le pide venganza, cobrarse ¿qué? No le basta nada que hagan los buenos, él cada vez estará más molesto ante sus manifestaciones: el bien lo pone incómodo. En su imagen podrida sueña con la vieja; ella tiene poder, y para ella él es apenas un objeto; un rato de “placer”… y a otra cuestión. Lo he ofendido. Le dije cosas hirientes. ¿Por qué? Porque él me molesta. Lo que le dije es cierto, pero innecesario: también tiene lo suyo de bueno, pero prefiero pasarlo por alto pues eso es lo que más me molesta de él. Lo ofendí con mis palabras, es lo que sentía que debía hacerle. ¿Por qué? Porque sé que hice y pensé lo que no corresponde; esto aumenta mi sensación de inferioridad ante él, no se lo puedo confesar, pero sí puedo agraviarlo. Lo odio, lo odio porque me quiere, y yo no me quiero ni tolero que me quieran. Salvo que sean menos que yo, que sean como rivales fáciles, esos triunfos sin esfuerzo, en su descenso, me hacen creer la mejor conquistadora. ¡Qué trofeos! ¡Qué gusto el mío! ¡Qué exigencia! ¿Dónde fueron mis exigencias? ¿Qué necesidad tenía yo de esto? Comparar… Lo que tengo en casa, ¡tan poco tiene…! Comparar… Debo negar todos los méritos de lo que tengo en casa, y crear u8na innecesaria cosa que no corresponde, pero lo hago por que lo odio, ¡cómo me atrae sentirme libre de romper secretamente lo que está bien! Comparar… Es sólo un pretexto; sólo siento: siento odio, siento fastidio ante los frenos que me impone el bien. Comparar… Con parar de razonar me sobra; hago lo indebido, después cuestiono, me explico y me justifico. Lo odio, ¡imbécil! Confió en mí, y tiene que aprender —¡algo le debo enseñar!— que no puede confiar, y menos en alguien tan bajo como yo: lo bajo, busco lo bajo. Pobre tonto, lo odio, y haré lo que pueda para que deje de quererme.
Él está solo, no tiene a quien contarle lo que pasa, no quiere hacerme quedar mal, le aterra ser injusto; pero yo sí tengo con quien hablar, y digo lo que quiero y como quiero, y así como él se paraliza ante la mera idea de hacerme quedar mal moralmente —tan opuesta a la imagen que doy— , a mí me aterra aceptar que tiene muchos aspectos buenos, y que me molesta que tantos me los haya dado a mí; ¡yo no quiero devolverle! Prefiero mi prpia insatisfacción, mi desagrado con lo que la vida me ha dado; lo que la vida me quitó me sirve para tapar lo que me dio la vida; no hago balances, la balanza busca un equilibrio, yo me muevo por el rencor, el resentimiento, no puedo tolerar que alguien bueno me quiera; prefiero conquistar lo más bajo, fácil, vulgar y ramplón, con su poder y abundancia material. Los buenos nos incomodan: nos limitan, nos disgustan. San Pablo dice que “el puro cree que todos los demás son puros”, ¡él no estaba preparado para esto! Le golpeé en donde más le dolió. ¡Jamás se la pensó! Imbécil, confiar en mí… Nada le acpetaré… Antes le decía “¡Vago! ¡Sucio! ¡Borracho!”, ahora le agregué: “Ya sos un hombre grande!, ¡cómo me gusta ofendrlo! Él admira los puros, busca aprender e imitar a los correctos, ¡qué trabajo! La bondad trae tantas privaciones… Está tan reñida con el poder, el poder económico, cualquier poder humano. Él, imbécil, él solo tiene el poder de la oración, ¡iluso! ¡Cómo me fastidia verlo rezar! Todo me fastidia en él, lo inaceptable porque es inaceptable, lo bueno porque es lo bueno, ¡y no tolero que él tenga nada de bueno! Con mis planteamientos, mis fantasmagorías, le arruiné el día, le arruiné semanas, le arruiné todo; sólo deseo su fracaso, que sepa lo que yo siento culpa de él: por quererme verdaderamente me descolocó, me sublevó, lo desprecio porque él no me desprecia a mí, y eso no puedo disculpárselo. Ese Apóstol tiene razón: los puros no sirven para nada. Es un imbécil, crer en los puros… Realmente, lo odio, tanto como sospecho que él me quiere
Imbécil, dedicarse a los libros, cuando hay tantas, tantas cosas para comprar…
“Ad maiorem Deum gratia” dice él, ¡es tan ridículo el pobre!Mientras me quiera, siempre buscaré cómo rechazarlo; inmaduro, poco hombre, ¿qué importa que estas afirmaciones no tengan sustento?, lo que importa es que se lo digo, ¡tanto me importamolestarlo! Se lo merece, por sucio, por vago, por correcto
Miento, oculto, simulo y disimulo; cada tanto me pasa, tengo una lucidez como no la tuve antes; gozo con mis planteos, sólo tengo una cosa: razón, me sobra razón, y me encanta enrostrársela, demostrarle cuánta razón tengo, qué atinados, oportunos son mis planteamientos: si hay algo cecano a la felicidad, aparte de los excesos físicos, es incomodar a los otros, ¡eso es grandioso! No tiene grandes fallas, por eso busco teorías que me ayuden a atacarlo, y ¡qué alegría cuando encuentro una que me sirva de complicidad para atacarlo! Ahora descubrí que es “mantenido” y “cómodo”, ¡qué contenta me pongo en describirlo así! No me importa si lo que digo es verdadero o no, sólo me importa agredirlo, decirle de todo por falso que sea, ¡cuánto me agrada que no se sienta bien! Sí, sí, ¡tanto lo odio! Y no sé por qué, pero eso es lo único que por este siento
Es formal, delicado, de buenos modales, discreto, prudente, y sabe medirse, moderarse, autocontrolarse, pero yo, en él lo llamo “falta de carácter”, “¡No tenés estilo!”, ¡eso es lucidez, eso es agudeza!
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